lunes, 2 de enero de 2017

COSTUMBRISTAS DEL S.XXI: EL LUGAR DE TUS PESADILLAS








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Podría arriesgarme y decir que aquello que viví en ese poco tiempo no lo había visto en ningún lugar de los que había estado.

Por un viaje de intercambio tuve la desgracia o la fortuna de ir a un pequeño pueblo del Aragón menos conocido y con más belleza del mundo.


Pude contemplar, esos bonitos parques llenos de adolescentes ya con tentaciones a la medicina y a otros con tentaciones a la jardinería, esas majestuosas fuentes, las cuales ninguna da agua, esas bonitas tonalidades grises del cielo, los papeles perfectamente apilados en fila y amontonados en diversos puntos del pueblo, … En fin, el paraíso…

Me alojaba en casa de una familia, sencilla, humilde y la cual “no se dejaba nada dentro”, es decir, estuviera un desconocido como yo o el mismo presidente de los Estados Unidos, no se cortaban a nada. Se podía decir que eran muy “naturales”. Tenían un lenguaje bastante peculiar entre ellos. La primera vez que lo escuche, nada de lo que había aprendido durante 8 años se parecía a aquello.

Eso sí, cariñosos a más no poder. Hubiera sido un asesino, o cualquier cosa peor, que nada más verme un achuchón junto con un abrazo que me dejaba sin respiración me recibía y eso cada vez que me veían…
Como bien decía antes estaba en un intercambio de estudios, y tenía que ir durante una semana al instituto. Ni el circo del sol pudo sorprenderme tanto como lo hicieron los 784 alumnos y los 84 profesores que allí estaban día a día.

Después de la visita al pueblo y de conocer algunas de las peculiares costumbres de allí, pensaba que mi asombro estaba más que satisfecho, pero durante la semana cada día aumentaba más.

De camino al centro, muchos iban por camino contrario, sabiendo que en breves momentos las clases empezaban. No lo entendía muy bien, pero seguí mi camino hacia el instituto.

Al llegar observe como las miradas se centraban en mí y como los cuchicheos aumentaron sobre manera. Alce el paso, no sé si con miedo a que alguien se cruzara y me dijera algo o con entusiasmo de seguir conociendo a las personas de allí.

A las 8:25 ya estaba presente en la clase, y a diferencia de aquellos que supuestamente me acompañarían en ésta.
Me pregunté a mi mismo si quizás me habría confundido de clase, porque ni el profesor estaba presente.

Cinco o diez minutos después empezaron a entrar en mogollón todos los que serían mis compañeros durante una semana.

Todos ellos empezaron a saludarse, o eso me dijeron que hacían porque más que eso parecía que estaban en plena pelea.

- ¿QUÉ PASA CABRÓN? - Dijo uno alzando la voz y mientras empujando a otro, quedando este último desplazado hasta la otra punta del aula.
- ¡EIIIIIS! - Dijo otro al entrar mientras cogía a uno del cuello, le agarraba y con la otra mano refrotaba la cabeza de éste cual lámpara mágica.
Todos así, unos contra otros tirados por el suelo y saludándose cual cromañones en plena pelea.

Mi idea principal era intentar integrarme, pero casi preferí que no me vieran por temor a salir con el cuello fracturado o la espalda dislocada.

Diez minutos después una mujer, que supuestamente era la profesora de Lengua Castellana y Literatura entró por la puerta y todos los alumnos se sentaron y callaron.

A pesar de su retraso, se le veía con maneras y quise escuchar para a ver si mis clases de español de 8 años habían dado resultados y entendía todo lo que ella nos explicaba.

Pero comprendí entonces que los sueños solo son fantasías e ilusiones como bien se planteaba Calderón. Mi decepción con aquella ilusión fue enorme.

Pensaba que después de aquel idioma de comunicación entre los miembros de mi familia de acogida era lo más incomprensible que vería y escucharía en mi estancia en España, pero después de ver las maneras de aquella mujer a la que se le llamaba “profesora” mis esperanzas de reforzar el español cayeron en picado.

Como desde el principio de mañana, ni con la profesora de Lengua me enteraba de algo, quise hacer esfuerzos de integrarme. Un grupo muy peculiar y variopinto, quiso ayudarme a integrarme esos días en aquel lugar.

Estaba tan entusiasmado que aún sin entender lo que me decían, pase con ellos las tardes en un lugar el cual llamaban “piña”. No perdón no se llamaba “piña”. Le llamaban “PEÑA”

Me explicaron que era un lugar donde pasaban la tarde ellos y así no tenían frío. Eso es lo que conseguí entenderles, pero ya vi que o ellos no se explicaban, o yo tenía que cambiar de academia de idiomas.

La misma puerta, rota, sin cerradura, malgastada por el paso del tiempo, y que ni rozaba el suelo consiguió sorprenderme.

Al entrar, ni con el sol resplandeciente que había en el exterior, podía verse allí dentro. Tuve que bajar unas escaleras, las cuales parecían un tobogán porque cada escalón media 5 cm de ancho y yo que no tenía tampoco el pie muy grande no podía ni pisar, así que como hicieron los demás pegue un salto que ni los olímpicos lo conseguirían creo yo.

Aquel lugar resulto ser lúgubre, mal oliente y repugnante, además de congelador porque hacía más frío dentro que fuera. La verdad que no entendía como me pudieron decir que pasaban las tardes allí para no pasar frío.

En cada paso que daba no sabía que pisaba porque no había suelo, no. Había basura dispuesta como suelo, goteras por todo el techo, si es que había techo porque entraba más luz por las goteras que por las ventanas. Al fondo de aquel lugar había dos sofás. En uno estaba el amor en vivo entre varias parejas, y en el otro solo había humo y risas.

No quise averiguar la razón de las risas ni del humo así que desaparecí de allí lo más deprisa posible.

Creo que no hará falta que describa todos mis días allí porque con contar el primero, los siguientes no iban a cambiar ni mucho menos a mejorar

No sabría terminar con ninguna opinión, así que solamente puedo decir que debo cambiarme de academia.






1 comentario:

  1. Jajjaj ¡Me encanta, Belén! Has tenido una idea buenísima. ¡Enhorabuena! (Otra vez...)

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